Testimonio de la represión en la Alfalfa
De nuevo llegan más testimonios de brutalidad policial en Sevilla. Si has sido testigo de agresioines o las has sufrido o tienes imágenes de algún altercado con la policía, ponte en contacto con nosotros en lacalleesdetodos@yahoo.es
Había oído hablar del tema pero, bueno, como todas las injusticias de la vida, hasta que uno no las vive en su propia carne, no puede dar fe de la dimensión de las mismas. El viernes pasado viví la represión policial que está acompañando la celosa aplicación de la ley antibotellón en Sevilla, así como la violencia verbal, represora y física ejercida por algunos antidisturbios, auténtica deshonra del excelente cuerpo de policía de la ciudad de Sevilla. Para los que me conocéis en mi doble faceta: el chándal para ensayar en mis cofradías, ir al súper o estar por casa o el nuevo look de profesor universitario en Bruselas (pantalones y chaqueta de pana, acompañados de una camida), os diré que estaba ataviado con la segunda y acompañado por mi director de tesis y su novia. Y durante la noche había bebido tres cervezas, por lo que puedo asegurar que estaba completamente sobrio. Ocurrió a las 2:10 de la mañana o quizás, a las 2:30, a la salida de la Espuela, al lado de la Alfalfa. Íbamos de regreso a casa y estábamos saludando a unos amigos (ella, profesora en la Universidad de Sevilla, y él, su pareja, profesor en una universidad de París) en la puerta del bar. Llevábamos tres minutos hablando cuando vimos venir a los antidisturbios ataviados con un casco e intentando obligando de muy malas maneras a circular. Los municipales iban detrás aguantando el papelón de ir acompañando a algunas de estas bestias que nada tienen que envidiar a los tan famosos grises, que afortunadamente yo no conocí hasta el viernes, encarnados en algunos de los que vi disfrazados de antidisturbios en Sevilla. Sigamos con la historia, cuando yo miré alrededor y vi que nadie de los que me rodeaban ni las otras decenas de personas que allí estábamos estaba bebiendo. Se trataba simplemente de cuatro grupos de diez o quince personas hablando en la puerta del bar, mientras esperan a alguien, deciden a qué bar van, etc. Le dije al policía algo así como "pero si no estamos bebiendo". A lo que él me respondió de mala gana circulen, cuando se lo repetí de muy buenos modos, me dijo que el derecho de reunión no estaba permitido (lo cual me dejó patidifuso y con ganas de conocer el texto de la ley) y por la actitud de su cuerpo deduje que a la próxima me llevaba el porrazo, así que no quise seguir discutiendo.
Yo estaba indignado y comentando incrédulo con quienes me acompañaban el sesgo fascista de la medida y que no había derecho, pero todos me advirtieron que era mejor irse porque era obvio que nada bueno me esperaba si abría la boca otra vez. Con el rabo entre las piernas, avergonzado, vejado, salí de allí. Los tiempos de héroe quizás se me han pasado y, bueno, en fin, sabía que cualquier reclamación pidiendo el número de placa me hubiera llevado a comisaría calentito y con una denuncia por resistencia a la autoridad (como me han comentado que le ha ocurrido a otros). Mientras salíamos, un grupo de antidisturbios ataviados ya con escudos y porra en mano se aprestaban a despejar a los posibles valientes de una manera algo más expeditiva. No sé si el primer antidisturbio que me habló tenía una porra o no, juraría que le vi moverla mientras me hablaba de la prohibición del derecho de reunión, pero en todo caso, su violencia verbal e intimidatoria da asco. Creo honestamente que hasta los padres más conservadores de Sevilla creen que se ha pasado del blanco: dejar actuar impunes a los jóvenes, poner la música a todo volumen, orinar en las esquinas y cortarles las calles para que realicen el botellón fastidiando a un sinfín de vecinos; al negro, intentar acabar a palos con toda concentración pacífica de personas y el ambiente de noche de una ciudad turística y que se preciaba de ser tolerante, respetuosa y acogedora.
Estoy seguro de que si los municipales nos hubieran dicho a los que allí estábamos el viernes pasado que estábamos molestando a los vecinos, con nuestra charla (lo cual podría ser hasta cierto, aunque se trataba de unas escasas cuarenta personas) nos hubiéramos ido o entrado en el bar, pero mandar a estas bestias uniformadas que, además, como saben todos los policías municipales de Sevilla no son de nuestra ciudad, no es de recibo. Del mismo modo, si estamos incumpliendo la ley que nos pidan los DNI y nos multen, pero que no se nos nieguen derechos y se nos reprima. Por Dios. Mira que somos exagerados.... Pero es que esta exageración del viernes roza el abuso fascista de poder. Sé que todos los antidisturbios no son así y que, ESO ES LO PEOR, cumplen órdenes, pero quiero pensar que la falta de inteligencia de muchos o su contacto con ultras y violentos de verdad no les permite intercambiar dos frases con un ciudadano sin sentirse amenazados y recurrir a la coacción violenta, y no que las órdenes que reciben son: echar a palos a toda persona que esté hablando con otra por la noche en cualquier punto de la ciudad.
Desde Bruselas, un sevillano indignado --- Fernando Díaz Ruiz
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