La Ley de la Calle (opinión recibida por correo)
La conocida como Ley de Vagos y Maleantes, "la gandula", fue aprobada en el año 1933, en plena Segunda República, fruto del consenso de todos los grupos políticos de la época —progresistas y liberales—.
Franco, al llegar al poder, se cargó de un plumazo la Constitución republicana, pero mantuvo en vigor el resto de leyes singulares que fueron aprobadas durante la República, entre ellas la Ley citada, aplicando a su conveniencia una ley que hicieron los republicanos.
Mucho después en 1970, en sus últimos años, Franco la derogó con la publicación de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, que en vez de derogarse ha sido adaptada a los tiempos por el régimen democrático que surgió tras La Transición.
Bajo normas anteriores, acúdase a la hemeroteca, chulitos y borrachines acompañaban muchas noches a hombres y mujeres de buen hacer, cuyo delito fue solo amar a sus semejantes en algún portal o clamar por las libertades públicas.
Ahora corren nuevos tiempos, grupos de presión abordan a los responsables de los Ayuntamientos para la nueva redacción de supuestas normas de convivencia.
Sin embargo se olvida que el origen romano de las vías públicas ha servido para concretar el concepto de "res publica", indicándonos que de lo público nadie puede apropiarse. Un buen uso de lo común es por tanto irreprochable. Pretender un uso -o desuso- privativo de la calle
es intolerable.
Sin embargo se demuestra que la calle no entiende de organizaciones políticas, no es de los que duermen en sus casas ni de los que la usan 24 horas pacíficamente, pertenece a quien ostente el imperio de la violencia. La ley de la calle autoriza por igual a matones de cicatriz, cadena en mano, y a los individuos de uniforme y porra que realizan sus fechorías ocultos bajo la tela legal que los ampara, sea quien sea su sastre.
Alfonso, Sevilla
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